8 ago 2012

¿EL PESIMISMO TIENE CURA?

Afortunadamente podemos transformar nuestra manera de pensar para ser más felices. Hoy se sabe que se pueden cambiar los patrones mentales. El objetivo es cambiar programas cognitivos disfuncionales por unos más adaptativos y útiles. Está demostrado que esto produce un cambio significativo en la estructura del cerebro. Cambiando la forma de pensar, podemos cambiar nuestros circuitos cerebrales gracias a la plasticidad del cerebro. Los pensamientos negativos generan actividad en el cortex derecho del cerebro por lo que provocan emociones displacenteras como ansiedad, estrés, depresión, ira… Sin embargo, si tenemos pensamientos optimistas y somos capaces de sacar una lectura positiva de las cosas que nos pasan, se activa el cortex izquierdo y de esta manera se generan emociones placenteras como felicidad, calma, gratitud, amor…

Teniendo en cuenta esto, y siguiendo el modelo ABC de Ellis, los pensamientos no sólo son los causantes directos de nuestras emociones sino también de nuestras conductas. Si tenemos pensamientos racionales, tendremos emociones placenteras y por lo tanto nuestros comportamientos estarán en la línea de nuestro estado emocional. Por lo que, mis emociones y comportamientos están determinados, no por las situaciones que nos acontecen, sino por mis interpretaciones sobre esos eventos.




La reestructuración de pensamientos produce un efecto neuroquímico demostrado científicamente.  

Alex Rovira lo explica de forma muy sencilla agrupando las conductas en diferentes tipologías. Por un lado tenemos las conductas S (serenidad, silencio, sabiduría, sabor, sexo, sueño, sonrisa…). Éstas promueven la secreción de Serotonina, un neurotransmisor que produce sensación de bienestar y relajación. Por otro lado, tenemos las conductas R (resentimiento, rabia, rencor, reproche, resistencia, represión…) que facilitan la secreción de Cortisol, una hormona excesivamente perjudicial y dañina para nuestro organismo que incrementa el nivel de azúcar en sangre,  suprime el sistema inmunológico, aumenta la presión sanguínea y acelera el envejecimiento, entre otros efectos. A su vez, se produce una retroalimentación entre comportamiento y cognición-emoción. Las conductas S generan actitudes A: ánimo, amor, aprecio, amistad, acercamiento, apertura… Mientras que las conductas R provocan actitudes D: depresión, desánimo, desesperación, desolación… Es lógico pensar que cuando uno está triste deja de hacer actividades gratificantes y este abandono le llevé a estar más triste aun. Es entonces cuando nos introducimos en una espiral negativa de la que no podemos salir.

Por un lado, sabemos que mi forma de actuar puede generar cambios químicos en mi organismo y, por otro, que mi manera de comportarme depende de mis patrones mentales. Por lo tanto, es posible cambiar mis conexiones neuronales a partir de mi pensamiento. Ya lo decía Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina:
 
Todos podemos ser escultores de nuestro propio cerebro

El uso de pensamientos negativos, catastróficos, pesimistas como  “Nada me sale bien”, “Todo me sale del revés”, “Soy un fracaso”, “No soy capaz”, “Es imposible”, “Esto es amenazante”… no solo van a generar cambios importantes en el funcionamiento de nuestro cerebro, sino que no nos va a ayudar a resolver nuestros problemas. En todo caso, acrecentarán la magnitud de nuestras preocupaciones. Es fundamental ser conscientes de la importancia vital de nuestro diálogo con nosotros mismos. Debemos de ser cuidadosos con el lenguaje que empleamos, porque las palabras utilizadas tienen un potente efecto a la hora de enfrentarnos  a lo que nos ocurre. 

Mario Alonso Puig en su libro “Reinventarse. Tu segunda oportunidad”, nos presenta un sorprendente experimento científico para demostrar la relevancia que nuestro vocabulario adquiere en nuestro organismo:

A un grupo de voluntarios se les citó en un hospital de Estados Unidos y se les pidió que, durante unos minutos, observaran una serie de palabras de tipo negativo que aparecerían proyectadas en una pared. Por ejemplo, entre estas palabras podían estar algunas como “imposible”, “complejo”, “insuperable”, “peligroso”, “desagradable” o “atemorizador”. A continuación se les tomó una muestra de saliva para medir hormonas con la técnica de radioinmunoensayo.

La segunda parte del experimento consistía en que se cambiaban las palabras que aparecían proyectadas en la pantalla por otras de tono mucho más positivo. Entre ellas podían aparecer algunas como “posible”, “accesible”, “superable”, “capaz” o “valioso”. Después, se les volvió a tomar una muestra de saliva para radioinmunoensayo.

Los resultados fueron bastante curiosos, ya que en el primer ejercicio, el grupo presentó un aumento marcado de cortisol, mientras que en el segundo ejercicio, frente a la visión de las palabras más positivas, el mismo grupo de voluntarios presentó un descenso en las cifras de cortisol.
                                                                                    
Si creemos que nuestros propios pensamientos son ciertos (“no podré”, “no seré capaz”, “esto me supera”), se convierten finalmente en realidad porque empezamos a enfocarnos únicamente en aquellos aspectos que se identifican con lo que estoy pensando. Busco  inconscientemente cosas negativas debido al filtro mental que he generado  y al encontrarlas, se refuerza mi idea de que lo que pienso sobre mí mismo y/o sobre lo que me rodea es cierto. Se cumple la autoprofecía y al final la situación realmente termina desbordándome o me es imposible resolver ese problema.

Sin embargo, si soy capaz de cambiar mi manera de pensar puedo lograr cambiar mi vida.




La manera en que valoramos las cosas que ocurren en nuestra vida determina enormemente la forma en la que nos sentimos, pensamos y actuamos ante las situaciones


Pero esta transformación cognitiva es un camino arduo y laborioso que debe plantearse como un  proceso a medio - largo plazo. Es como plantar una semilla. No esperamos que al día siguiente crezca algo, sino que lo cuidamos y lo regamos, y al final de la semilla nace un árbol. 




 
Este cambio en nuestros patrones mentales requiere esfuerzo, constancia y perseverancia. Es cierto e innegable, que a veces, resulta difícil luchar contra nuestros pensamientos más negativos. Hay que tener en cuenta que llevamos mucho tiempo pensando de una manera determinada, de forma que esta filosofía de vida se ha automatizado y convertido en costumbre, pero al igual que aprendimos a pensar así, también podemos ahora, independientemente de la edad que tengamos, aprender a pensar de manera más sana y adaptativa. Si uno quiere encontrar su bienestar emocional ha de responsabilizarse de trabajar en sus pensamientos. El trabajo será duro pero a base de práctica diaria y empeño, se generará un nuevo patrón de pensamiento que a la larga se manifestará de forma natural y espontánea. Esto ocurrirá cuando lo hayamos convertido en un hábito. Y aun así, seguirán apareciendo pensamientos negativos inevitablemente pero, ya seremos más fuertes y estaremos más capacitados para hacerles frente. El proceso del cambio es un proceso que dura toda la vida.

                                                                                   
Una metáfora que utiliza Louise L. Hay es asemejar  los pensamientos con gotas de agua. Un pensamiento, al igual que una gota de agua, es algo insignificante pero si ésta se repite una y otra vez, al final termina empapando la alfombra. Después se genera un pequeño charco que se transforma en una laguna, la cual puede llegar a convertirse en lago y por último en un gran océano. Louise nos plantea estas preguntas: “¿Qué tipo de océano deseas crear? ¿Un océano contaminado y tóxico en el que no te puedas bañar? ¿O uno de aguas azules y cristalinas que te invite a disfrutar de su frescura?”. Y sintetiza de forma muy sencilla todo lo explicado a través de esta cita:

Los pensamientos que elegimos pensar son los instrumentos que empleamos para pintar el lienzo de nuestra vida.

Nuestra manera de pensar incide en lo que nos pasa. Nuestros pensamientos determinan nuestra vida. Cuando tomo conciencia de esto, puedo lograr grandes cambios.

Tenemos que ser capaces de sustituir nuestras viejas gafas por otras que nos permitan ver las cosas desde otra perspectiva, que nos ayuden a descubrir ventanas y puertas en vez de paredes y muros.

Por lo tanto el poder está dentro de nosotros. La felicidad está en nuestro interior.

Os dejamos con una autoafirmación que esperamos que sea de gran ayuda:

 LA LLAVE DE LA FELICIDAD ESTÁ EN TI


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